miércoles, 20 de julio de 2011

LA FASCINANTE BIOGRAFÍA DE ELISABETH KÜBLER-ROSS, UNA MUJER COMPROMETIDA CON LO ESENCIAL, EL AMOR

 

Ayer, Sinlin y yo sosteníamos esta conversación sobre Elisabeth, Eli para nosotras. Cuando comenzamos hablar, ‘curiosamente’ ambas habíamos emprendido la lectura de la maravillosa biografía de esta extraordinaria mujer.

rueda de la vidaRowi: Lo que hizo Eli es maravilloso, le tengo un profundo amor y admiración a esta valiente mujer, y un profundo agradecimiento también, por haberse plantado y dicho ¡no voy a encarnar nunca más en la 3D! y a partir de su ‘muerte’ y paso al otro lado del velo, haberse comprometido a estudiar profundamente al yo superior, para ver qué estaba pasando con él.

En realidad, Sinlin, hoy me estoy viniendo a dar plena cuenta no solo del trastorno que el aspecto masculino de mi yo superior me ha ocasionado a mí en mi propia vida, sino que la colaboración indebida de varios aspectos masculinos del yo superior de diferentes personas han dado lugar a experiencias nefastas para la Humanidad, como fue la Alemania nazi y el exterminio en terribles campos de concentración de multitud de seres humanos inocentes.

Eli puedo conocer a personas cuyas familias habían sido exterminadas en los campos de concentración nazi y pudo visitar uno de ellos, no pudiendo comprender, cómo un ser humano puede llegar a ser tan extremadamente cruel con otro. Hoy yo me he dado cuenta de que fue impelido por el aspecto masculino de su yo superior para hacerlo, aunque nos parezca extraño, pero así lo he sentido yo y así los hemos hablado Igneón y yo hoy, pues sino, no cabe que haya habido tanta crueldad en la vida entre congéneres, simplemente, no se puede entender.

Tampoco lo entendió Eli, y es por eso que después de su transición a otra vida, se puso ‘manos a la obra’ para intentar comprender qué pasaba en profundidad con el ser humano y actuar en consecuencia.

Sinlin: Pues apenas estoy conociendo de ella y también le admiro y le tengo cariño. Cuando leo su libro, es como si fuera de una persona muy conocida para mí, para nada extraña.

Rowina: Anoche, mientras la recibía Igneón, estaba entusiasmado, porque dice que lo que ella te cuenta es muy cercano, es como si te estuviera hablando alguien de aquí mismo. Se nota que a ella no se le han subido los humos al pasar al otro plano, ¡bien por Eli!

Sinlin: Si, te trata de un tú a tú, no se siente diferencia con ella, es como estar hablando con otro ser de aquí, con tranquilidad y mucho cariño. Me encanta hablar con ella.

Rowina: Ella ha sido claramente otra encarnación del amor viviente de forma manifiesta

y el amor nunca hace diferencias con otras personas.

Sinlin: Te quiero, Rowin, me siento tan plena, no sé explicarlo, ¡pero algo en mi interior está tan pleno!

Sinlin siguió trabajando en sus quehaceres y cuando volvió a estar libre, nos pusimos a hablar con Eli sobre algo que yo estaba leyendo y que estaba muy relacionado con las ‘malas artes’ del aspecto masculino de nuestro Yo Superior, aquel que nos ha dirigido como ha querido mientras hemos estado dormidos al aspecto femenino de nuestro corazón, a nuestro femenino crístico.

¡Qué bueno es hacerse preguntas, para dejar de quejarnos y resignarnos por ‘lo mal que está la vida’, para poder participar y poder cambiarlo, desde la soberanía que nos da la conciencia adquirida!

Rowina: Sinlin, estaba leyendo la biografía de Eliy me he topado con un capítulo donde una mujer le decía a Eli, -cuando estaba consternada por lo que había visto y sentido en l campo de concentración al que visitó- que todos llevamos un Hitler dentro. ¡Madre mía, qué de cosas! uf, pues yo no quiero que salga el mío, pero si alguna vez saliera, sé que es por las condiciones tan extremas en las que me puso la vida y esas condiciones, ya sabemos quién las pone, porque, digo yo, que Hitler también tuvo un yo superior, ¿no? evidentemente, él tenía una misión a hacer, tuvo una fuerza enorme detrás que le ayudó a culminarla, ¿de dónde procedía esa fuerza? ¿quién le 'despejó el campo'?

Sinlin: Claro, y ese poder de la palabra. Eso no fue de la nada…

Rowina: ¿Quien hizo que un insignificante hombrecillo de pequeño bigote, fuera tan escuchado por su pueblo, hasta el punto de sentirse la raza aria escogida y poder así matar -impune y cruelmente- a tantos otros seres humanos? Me da igual si eran judíos, polacos, gitanos o lo que fuera, eran seres humanos.

Te propongo que le preguntemos esto a Eli, porque siento que no es banal, y que tiene mucho que ver con el Yo Superior…

Rowina: Hola Eli, aquí estoy, leyendo tu biografía, en verdad, ¡cuánta admiración siento por ti! Ya que viviste en un momento muy duro de la Tierra 3D, pero aún así fuiste audaz y tuviste plena determinación para cumplir con tu tarea sagrada. Por esa audacia que te caracterizaba, conociste muchas cosas, muchas realidades.

Una de las más duras, fue enfrentarte a la inmensa e incomprensible crueldad de un ser humano contra otro cuando visitaste Polonia y entraste en contacto con los campos de concentración donde murieron tantos inocentes de la forma más despreciables y abominable posible.

Siento que Hitler, su maldad y los desmanes del Yo Superior, separado de su sentir femenino crístico, están relacionados ¿es así? porque estoy harta de que todo se atribuya siempre a nuestra culpa, o inconsciencia humana. Ese ‘pigmeo’ de Hitler no hubiera podido hacer tanto desmán de no haber sido apoyado por fuerzas enormes, que le despejaron el camino.

Sé que tú has investigado sobre esto, porque enfrentarte con esta crueldad sobre el terreno donde ocurrió, te causó un impacto tremendo en el corazón. Adelante, querida Eli ¿es verdad que todos tenemos un Hitler dentro? Y, si es así, ¿por qué es?, ¿somos genuinamente crueles o ‘algo’ ajeno a nosotros a veces nos hace actuar de forma cruel?

Siento que el pueblo raso alemán fue hipnotizado por algo, algo que canalizaba Hitler de su yo superior.

Eli: Antes que nada, déjame decirte algo: “¡qué mujer maravillosa eres!", cuanto me alegra poder tener estas charlas contigo y con Sinlin, porque ella, a través nuestro, se nutre mucho.

Sinlin y yo nos hemos reído del término que utilizaste para llamar a este ser "pigmeo", yo no lo hubiera dicho mejor, y es que es lo que era. Tienes razón en todo lo que has dicho respecto al yo superior, este humano no hubiese hecho nada sin su total ayuda. Para hacer lo que hizo, y poner a todo un pueblo a su favor para tal crueldad, tuvo apoyo de otro lado. El ser superior de Hitler tenía todo bien calculado, aún me aterra saber que estos "yo superiores" sean quienes guían a muchas personas que no han despertado aún a la verdad del amor, ¡qué locura!

Hitler hacía más que hablar, él traía con sus palabras una energía que a todos ponía a sus pies, y esa energía provenía precisamente de su yo superior, un masculino sin escrúpulos de nada, como todos ellos, que no les importa más allá de su crecimiento y experimentación, sin importar a quien te llevas por delante y el cómo (precisamente ayer , mi propio yo superior me amenazaba con que iba a hacer algo, que me iba a poner de nuevo a sus pies, para implorarle que me siguiera guiando y determinando la vida, ¡pues que espere sentado, porque no lo pienso hacer nunca, ahora que he tomado profunda conciencia de su malévolo e insensible actuar, no solo conmigo, sino también con Eli, quien tiene el mismo Yo Superior que yo misma).

Cada vez que pienso en ello se me revuelve todo. Queridas, todos llevamos un Hitler dentro, pero es más por los caprichos de nuestro yo superior que por cualquier otra cosa. En su esencia, en su corazón más puro, el humano es un ser muy amoroso y sensible, pero aquí, además de los desmanes de la 3D como tal, tiene que soportar las de su yo superior. Es por ello que la vida en la 3D es invivible, y es por ello que estoy ahora aquí pues no deseo que siga siendo así, no más miseria.

Rowina: Mi querida Eli, cuan emocionada estoy de esta aclaración, ¿sabes por qué?

porque me da inmensa fuerza para operar en consecuencia y poner a todos esos miserables yo superiores altaneros y dictatoriales en las manos del femenino crístico máximo, para que al ser tocados por él, no tengan más remedio que equilibrarse y dejar de ser esos miserables indeseables que son.

Eli: ¿Por qué crees que han dado tanta batalla?, porque son unos tiranos y es lo que el humano no sabe y en ocasiones no acepta, se queda mirando las injusticias que hay en su propia vida y en las de los demás sin participar ni hacerse preguntas sobre el origen de tamaño despropósito, porque está sumergido en el mundo mentiroso de la falsa espiritualidad, que para todo lo que te pasa, tiene una ‘adecuada’ y estereotipada respuesta.

Rowina: Quiero hacerte otra pregunta, si no te importa, ¿por qué la parte femenina crística de nuestro yo superior ha permanecido inactiva? ¿cómo no se ha compadecido antes nuestro dolor?

Eli: Esa parte no tenía como operar, es lo mismo que ha pasado con la Madre, que no podía operar, porque al haber sido desterrada de la 3D, llegaba de una manera muy leve., Como Tierra ha estado muy olvidada de su femenino, de sí misma, todo en Tierra estuvo así, desviado del sentir del corazón, y la energía femenina crísitica no podía entrar. Ella solo puede entrar en nuestras vidas encarnadas, si un femenino encarnado logra alcanzar el estado del femenino crístico en su corazón, y ahora se ha conseguido contigo, en la unidad que conformas con Sinlin.

Rowina: Cuanta alegría me da saberlo y sé que a Sinlin también le da alegría saberlo porque así vamos a poder ser mucho más comprometidas en resolver esto de inmediato, para que la vida en la 3D se convierta en vivible de una buena vez.

Eli: Rowi, la parte femenina crística del Yo Superior, está ahora al alcance del corazón, gracias a ti. Me alegro mucho de que lo hayas logrado.

Rowina: Pero Eli, no sé cuál es el siguiente paso, sé todo esto, pero aún no hallo la claridad para ponerlo en palabras y entregarlo a la Madre para su ordenamiento. La Madre es el equilibrio de toda situación, ya en otras ocasiones, he entregado a mi Yo Superior (Cristóbal), pero sé que ahora la entrega debe de ser mucho más profunda, pues mucho más profunda ha sido su malévola acción, en connivencia con otros yo superiores.

¿Debo solicitar a la Madre que se produzca la fusión inmediata del aspecto masculino y femenino crístico del Yo Superior y así se equilibra todo, o hay que hacer algo más?

Eli: Antes que nada, hazte una en tu corazón con el femenino crístico de tu Yo Superior, para que el poder de tus palabras se amplifique. Sé que encontrarás las palabras precisas para entregar a este ser que ni deseo mencionar su nombre. Una vez estés unificada con tu yo superior femenino crístico, te aseguro que las palabras serán las adecuadas, porque ellas estarán retumbando en tu corazón. La fusión ha de darse, es la única manera en que estos yo superiores masculinos paren de hacer desmanes.

Rowina: Anoche, cuando Cristóbal me amenazaba con algo que me había preparado

para hacer que me arrastrara a sus pies, implorando su guía de nuevo en mi vida, aceptando sus mandatos, pasó algo... Yo estaba enfrente de él, conectada en mi corazón a mi femenino crístico, sentí que él miraba a algo detrás de mí con aprehensión, me di la vuelta y no vi nada, pero yo sabía que él había visto a mi femenino crístico inmenso y poderoso detrás de mí, ¿por qué le teme?

Eli: Porque es muy cobarde, claro que le teme, sabe que ella es su equilibrio, y que ella lo pone en su sitio. Ellos, queridas mías, han abusado de todos porque el femenino fue desterrado de la 3D de Tierra, algo que ya saben ustedes. Al ser la energía femenina desterrada, ellos se apropiaron de todo e hicieron a sus anchas, pero el femenino es quien les pone en su sitio, quien les ordena y guía, algo que ellos ya olvidaron, no tienen la menor idea de lo que eso significa, y claro, lo ven como algo horrible, les asusta, igual que pasa en la 3D. Poco recuerdan de la belleza de esa unificación, poco o nada.

Rowina: Entiendo, y una cosa más, Cristóbal no opera solo, sino con otros potentes yo superiores masculinos, como el de la Tierra, ¿en mi entrega, he de entregar específicamente al aspecto masculino del yo superior de la Tierra para que ella pueda hacer su transición al estilo del femenino crístico, como desea?

Eli: Entrega a todos los yo superior incluyendo firmemente al de Tierra, e incluye lo que acabas de citar, para que ella pueda seguir su transformación, así todo queda ordenado y dispuesto para ello.

Rowina: Muy bien, anoche te vi venir junto a Einstein. Él me dijo que sois amigos

cuando me habló hace un par de días, aunque no estaba en tu equipo de trabajo ¿es así? ¿qué participación tiene él en que esta situación con el yo superior se equilibre? ¿por qué nos dijo que la apariencia de enfermedad que estábamos pasando en realidad era que estábamos quemando todo reducto de unión con la parte masculina del yo superior, ¿es así?

Eli: Nuestra amistad se da más ahora que antes, siempre le admiré, por su labor y esfuerzo.

Siento que él aún tiene alguna sensación desagradable respecto de su paso por la 3D porque sus descubrimientos no fueron bien enfocados.

Sí, tal como él te dijo, Igneón y tú están quemando partes de la unión que aún conservaban con el aspecto masculino de su yo superior, y es porque la energía femenina crística es más fuerte cada vez en ustedes, es ahora la energía que portan más abiertamente.

Rowina: Qué bueno lo de la quema de todo reducto con ese aspecto masculino del yo superior que tantos dolores de cabeza nos ha dado, y que eso sea porque tenemos más presente la energía femenina crística de nuestro yo superior.

Eli: Esa quema causa molestias que son -de alguna manera- visibles en los cuerpos físicos.

Rowina: Entiendo, ¡Qué cosa lo de Einstein!, sí, sé que sus descubrimientos no los utilizaron bien y supongo que a él de dañó en el corazón lo que hicieron con sus investigaciones. Creo que la bomba atómica se basó en los descubrimientos de Einstein, no me extraña que no se sienta bien con eso, y ¿qué piensa hacer al respeto? ¿por qué se ha sentido llamado a venir a verme? siendo tan amigos, seguro que te ha dicho algo.

Eli: Siento que él ahora va a aportar lo que en ese entonces trato de hacer, pero que no fue visto como él quiso. Sé que Igneón, tu valioso compañero al cual admiro, estará encantado de recibirle, porque se entenderán maravillosamente.

Rowina: Seguro que si, muy bien, Eli, muchas gracias por todas estas aclaraciones

estoy disfrutando mucho de tu biografía, ojala la mía fuera tan interesante como la tuya. La mía es menos popular, jajajajajaj, no apta para cardiacos.

Eli: ¿Que dices? Querida, tienes más que contar que yo. Me alegra que te guste mi biografía, y en ella vas a encontrar muchas cosas que te llevarán a ver otras más.

Rowina: No creo que la mayor parte de las personas a las que les pudiera contar mis hazañas las creerían, no son 'políticamente correctas'.

Eli: Las mías tampoco lo fueron, nunca lo fueron, ni lo serán. Rowi, a nadie le interesa estar al lado de un moribundo, ni a la misma familia, solo los desechan. Están tan empeñados en que no se vaya, que no le ven, no le permiten dar ese paso en paz.

Rowina: Touché!!!! en eso tienes toda la razón, y aun así te terminaron reconociendo tu trabajo y dándote varios honoris causa, ¡¡¡qué paradoja!!!

Eli: Así es, igual será con tu trabajo, es más ya está siendo reconocido, es un bello trabajo y te admiro por ello.

Rowina: Uy, pero aún me queda mucho por hacer para que me den honoris causa como a ti, jajajajaja. En fin, el único honoris causa que deseo recibir es el de mi propio corazón, saber que él está satisfecho de que yo haya llegado hasta el final, para traer de vuelta su vibración a esta maravillosa Tierra.

Eli, ¿nos seguirás inspirando para que lo consigamos? me hacen falta tu fuerza, tu determinación, y sobre todo, tu maravilloso amor donado sin condiciones.

Eli: No voy a ningún lado, aquí me quedo porque tu anhelo es el mío, así que aquí me quedo.

Rowina: Gracias Eli, tú en el cielo de la 5D y yo en la 3D donde ya no quieres volver, jajajaajaja.

Eli: No, allí no voy a volver.

Rowina: Tengo la esperanza de ver con mis propios ojos el cambio en la 3D, dignificarla, colaborar para que pueda ser vivida desde la perspectiva abarcativa e inclusiva del corazón.

Eli: Eso algo con lo que sueño yo también...

Rowina: Así, quizás, si te invito a venir de nuevo a ella, cuando sea la Biblioteca Viviente de nuevo me digas, ¡si!, porque sé que amas profundamente la Vida y la naturaleza

y Tierra se va a convertir de nuevo en un vergel. Ese es mi gran sueño, verla convertida de nuevo en un vergel, donde lo espiritual, como tú misma decías, signifique vivir en equilibrio, en armonía con los demás y en unidad con todo ser vivo ¡que así sea, mi preciosa Eli, que así sea! uf, cuánto me emociono al decirlo. Ojalá que lo podamos conseguir lo más suave, dúctil y sencillamente posible, como actúa el femenino.

Eli: ¡¡Que así sea!! Lo vamos a conseguir, no lo dudes.

Rowina: Gracias, querida mía, hasta nuestra próxima charla.

Eli: Gracias a ambas, y me encantan estas charlas.

Rowina: Si, sé que a Sinlin también, sé que es una nueva forma para ti de demostrar

que la muerte no existe, que la vida es eterna, como solías decir cuando estabas encarnada, ¿verdad?, ahora, nosotras que estamos 'vivas', nos comunicamos sin problemas y de una forma maravillosa contigo, que estás 'muerta', yo diría que estás más ‘vivita y coleando’ que nunca, ¡¡¡¡viva Elisabeth!!!! pequeñita y menuda mujer en 'vida', pero absolutamente inmensa e inigualable en el poder de su corazón.

Eli: Ambas me llenan de mucha alegría.

Rowina: Y tú a nosotras, no dejes de inspirarnos y de tirarnos de las orejas cuando se nos 'olvide' vibrar en el femenino crístico que ambas somos.

Eli: Gracias querida mía, cuenten con ello, que para eso soy muy buena.

Rowina: Gracias por haber reaparecido en mi vida, gracias, de todo corazón.

..

Rowina: Bueno, Sinlin, ¡qué fantástica charla con este ser magnífico!

Sinlin: Sí, es estupenda y revitalizante.

Rowina: Gracias por encontrar el momento para recibirla, on-line, junto a mí. Es maravilloso que podamos compartir juntas estas cosas, aún estando a kilómetros de distancia. Bendigo al msn, y a quien lo haya creado.¡¡¡¡Viva la grandeza humana de quien lo creo!!!!

Sinlin: Lo mismo digo, que ahora es nuestra manera de estar juntas. ¡¡¡VIVA!!! hizo muy buen trabajo, porque une a muchos seres.

Rowina: Bueno, entonces, ya te vas a trabajar, ¿verdad? pues vas a tener una bonita tarde, porque te vas a ir llena del amor de Eli, y del reto que tenemos por delante…

Sinlin: Me voy plena. Pues adelante con el reto, que nada nos detiene ya, hemos pasado por tanto, que, qué más da nos da seguir un poco más…

Rowina: ¡Esa es mi chica! te quiero montones y montones.

Sinlin: Yo también a ti.

PRIMERA PARTE DE LA BIOGRAFÍA DE ELISABETH KÜBLER-ROSS

Eli dividió su biografía en cuatro partes, El Ratón, el Oso, el Búfalo y el Águila, cada parte corresponde a una etapa de la Vida.

Esta vez os comparto una primera parte de la etapa de su vida que corresponde al Ratón, la etapa de la infancia y la primera juventud.

"EL RATÓN" (infancia y juventud).

Al ratón le gusta meterse por todas partes, es animado y juguetón, y va siempre por delante

de los demás.

LA CASUALIDAD NO EXISTE

Tal vez esta introducción sea de utilidad. Durante años me ha perseguido la mala reputación. La verdad es que me han acosado personas que me consideran la Señora de la Muerte y del Morir. Creen que el haber dedicado más de tres decenios a investigar la muerte y la vida después de la muerte me convierte en experta en el tema. Yo creo que se equivocan.

La única realidad incontrovertible de mi trabajo es la importancia de la Vida.

Siempre digo que la muerte puede ser una de las más grandiosas experiencias de la vida. Si se vive bien cada día, entonces no hay nada que temer.

Tal vez éste, que sin duda será mi último libro, aclare esta idea. Es posible que plantee nuevas preguntas e incluso proporcione las respuestas.

Desde donde estoy sentada en estos momentos, en la sala de estar llena de flores de mi casa en Scottsdale (Arizona), contemplo mis 70 años de vida y los considero extraordinarios.

Cuando era niña, en Suiza, jamás, ni en mis sueños más locos —y eran realmente muy locos—, habría pronosticado que llegaría a ser la famosa autora de ‘Sobre la muerte y los moribundos’, una obra cuya exploración del último tránsito de la vida me situó en el centro de una polémica médica y teológica. Jamás me habría imaginado que después me pasaría el resto de la vida explicando que la muerte no existe.

Según la idea de mis padres, yo tendría que haber sido una simpática y devota ama de casa suiza. Pero acabé siendo una tozuda psiquiatra, escritora y conferenciante del suroeste de Estados Unidos, que se comunica con espíritus de un mundo que creo es mucho más acogedor, amable y perfecto que el nuestro. Creo que la medicina moderna se ha convertido en una especie de profeta que ofrece una vida sin dolor. Eso es una tontería. Lo único que a mi juicio sana verdaderamente es el amor dado sin condiciones.

Algunas de mis opiniones son muy poco ortodoxas. Por ejemplo, durante los últimos años he sufrido vanas embolias, entre ellas una de poca importancia justo después de la Navidad de 1996. Mis médicos me aconsejaron, y después me suplicaron, que dejara el tabaco, el café y los chocolates. Pero yo continúo dándome esos pequeños gustos. ¿Por qué no? Es mi vida.

Así es como siempre he vivido. Si soy tozuda e independiente, si estoy apegada a mis costumbres, si estoy un poco desequilibrada, ¿qué más da? Así soy yo.

De hecho, las piezas que componen mi existencia no parecen ensamblarse bien. Pero mis experiencias me han enseñado que no existen las casualidades en la vida. Las cosas que me ocurrieron tenían que ocurrir.

Estaba destinada a trabajar con enfermos moribundos. Tuve que hacerlo cuando me encontré con mi primer paciente de sida. Me sentí llamada a viajar unos 200.000 kilómetros al año para dirigir seminarios que ayudaban a las personas a hacer frente a los aspectos más dolorosos de la vida, la muerte y la transición entre ambas.

Más adelante me sentí impulsada a comprar una granja de 120 hectáreas en Virginia, donde construí mi propio centro de curación e hice planes para adoptar a bebés infectados por el sida. Aunque todavía me duele reconocerlo, comprendo que estaba destinada a ser arrancada de ese lugar idílico.

En 1985, después de anunciar mi intención de adoptar a bebés infectados por el sida, me convertí en la persona más despreciada de todo el valle Shenandoah, y aunque pronto renuncié a mis planes, un grupo de hombres estuvo haciendo todo lo posible, excepto matarme, para obligarme a marcharme. Disparaban hacia las ventanas de mi casa y mataban a tiros a mis animales. Me enviaban mensajes amenazadores que me hicieron desagradable y peligrosa la vida en ese precioso paraje. Pero aquél era mi hogar, y obstinadamente me negué a hacer las maletas.

Viví casi diez años en la granja de Head Waters en Virginia. La granja era justo lo que había soñado, y para hacerla realidad invertí en ella todo el dinero ganado con los libros y conferencias. Construí mi casa, una cabaña cercana y una alquería. Construí también un centro de curación donde daba seminarios, reduciendo así el tiempo dedicado a mi ajetreado programa de viajes. Tenía el proyecto de adoptar a bebés infectados por el sida, para que disfrutaran de los años de vida que les quedaran, los que fueran, en plena naturaleza.

La vida sencilla de la granja lo era todo para mí. Nada me relajaba más después de un largo trayecto en avión que llegar al serpenteante camino que subía hasta mi casa. El silencio de la noche era más sedante que un somnífero. Por la mañana me despertaba la sinfonía que componían vacas, caballos, pollos, cerdos, asnos, hablando cada uno en su lengua. Su bullicio era la forma de darme la bienvenida. Los campos se extendían hasta donde alcanzaba mi vista, brillantes con el rocío recién caído. Los viejos árboles me ofrecían su silenciosa sabiduría.

Allí se trabajaba de verdad. El contacto con la tierra, el agua y el sol, que son la materia de la vida, me dejó las manos mugrientas. Mi vida. Mi alma estaba allí.

Entonces, el 6 de octubre de 1994 me incendiaron la casa.

Se quemó toda entera, hasta el suelo, y fue una pérdida total para mí. El fuego destruyó todos mis papeles. Todo lo que poseía se transformó en cenizas.

Atravesaba a toda prisa el aeropuerto de Baltimore a fin de coger un avión para llegar a casa cuando me enteré de que ésta estaba en llamas. El amigo que me lo dijo me suplicó que no fuera allí todavía. Pero toda mi vida me habían dicho que no estudiara medicina, que no hablara con pacientes moribundos, que no creara un hospital para enfermos de sida en la cárcel, y cada vez, obstinadamente, yo había hecho lo que me parecía correcto y no lo que se esperaba que hiciera. Esa vez no sería diferente.

Todo el mundo sufre contratiempos en la vida. Cuanto más numerosos son más aprendemos y maduramos.

El viaje en avión fue rápido. Muy pronto ya estaba en el asiento de atrás del coche de un amigo que conducía a toda velocidad por los oscuros caminos rurales. Desde varios kilómetros de distancia distinguí nubes de humo y lenguas de fuego que se perfilaban contra un cielo totalmente negro. Era evidente que se trataba de un gran incendio.

Cuando ya estábamos más cerca, la casa, o lo que quedaba de ella, casi no se veía entre las llamas. Aquélla era una escena digna del infierno. Los bomberos dijeron que jamás habían visto algo semejante. Debido al intenso calor no pudieron acercarse a la casa hasta la mañana siguiente.

Esa primera noche busqué refugio en la alquería, que no se hallaba lejos de la casa y estaba habilitada para acoger a mis invitados. Me preparé una taza de café, encendí un cigarrillo y me puse a pensar en la tremenda pérdida que representaban para mí los objetos carbonizados en ese horno ardiente que en otro tiempo fuera mi casa. Era algo aniquilador, pasmoso, incomprensible. Entre lo que había perdido estaban los diarios que llevaba mi padre desde que yo era niña, mis papeles y diarios personales, unos 20.000 historiales de casos relativos a mis estudios sobre la vida después de la muerte, mi colección de objetos de arte de los indios norteamericanos, fotografías, ropa, todo.

Durante 24 horas permanecí en estado de conmoción. No sabía cómo reaccionar, si llorar, gritar, levantar los puños contra Dios, o simplemente quedarme con la boca abierta ante la férrea intromisión del destino. La adversidad sólo nos hace más fuertes. Siempre me preguntan cómo es la muerte. Contesto que es maravillosa. Es lo más fácil que vamos a hacer jamás.

La vida es ardua. La vida es una lucha. La vida es como ir a la escuela; recibimos muchas lecciones. Cuanto más aprendemos, más difíciles se ponen las lecciones.

Aquélla era una de esas ocasiones, una de las lecciones. Dado que no servía de nada negar la pérdida, la acepté. ¿Qué otra cosa podía hacer? En todo caso, era sólo un montón de objetos materiales, y por muy importante o sentimental que fuera su significado, no eran nada comparados con el valor de la vida. Yo estaba ilesa, mis dos hijos, Kenneth y Barbara, ambos adultos, estaban vivos. Unos estúpidos habían logrado quemarme la casa y todo lo que había dentro, pero no podían destruirme a mí.

Cuando se aprende la lección, el dolor desaparece.

Esta vida mía, que comenzara a muchos miles de kilómetros, ha sido muchas cosas, pero jamás fácil. Esto es una realidad, no una queja. He aprendido que no hay dicha sin contratiempos. No hay placer sin dolor. ¿Conoceríamos el goce de la paz sin la angustia de la guerra? Si no fuera por el sida, ¿nos daríamos cuenta de que el mundo está en peligro? Si no fuera por la muerte, ¿valoraríamos la vida? Si no fuera por el odio, ¿sabríamos que el objetivo último es el amor?

Me gusta decir que "Si cubriéramos los desfiladeros para protegerlos de los vendavales, jamás veríamos la belleza de sus formas".

Reconozco que esa noche de octubre de hace dos años fue una de esas ocasiones en que es difícil encontrar la belleza. Pero en el transcurso de mi vida había estado en encrucijadas similares, escudriñando el horizonte en busca de algo casi imposible de ver. En esos momentos uno puede quedarse en la negatividad y buscar a quién culpar, o puede elegir sanar y continuar amando. Puesto que creo que la única finalidad de la existencia es madurar, no me costó escoger la alternativa.

Así pues, a los pocos días del incendio fui a la ciudad, me compré una muda de ropa y me preparé para afrontar cualquier cosa que pudiera ocurrir a continuación.

En cierto modo, ésa es la historia de mi vida.

 

PRIMERA PARTE :"EL RATÓN".

EL CAPULLO

Durante toda la vida se nos ofrecen pistas que nos recuerdan la dirección que debemos seguir. Si no prestamos atención, tomamos malas decisiones y acabamos con una vida desgraciada. Si ponemos atención aprendemos las lecciones y llevamos una vida plena y feliz, que incluye una buena muerte.

El mayor regalo que nos ha hecho Dios es el libre albedrío, que coloca sobre nuestros hombros la responsabilidad de adoptar las mejores resoluciones posibles.

La primera decisión importante la tomé yo sola cuando estaba en el sexto año de enseñanza básica. Hacia el final del semestre la profesora nos dio una tarea; teníamos que escribir una redacción en la que explicáramos qué queríamos ser cuando fuéramos mayores. En Suiza, el trabajo en cuestión era un acontecimiento importantísimo, pues servía para determinar nuestra instrucción futura. O bien te encaminabas a la formación profesional, o bien seguías durante años rigurosos estudios universitarios.

Yo cogí lápiz y papel con un entusiasmo poco común. Pero por mucho que creyera que estaba forjando mi destino, la realidad era muy otra. No todo dependía de la decisión de los hijos. Sólo tenía que pensar en la noche anterior. Después de la cena, mi padre hizo a un lado su plato y nos miró detenidamente antes de hacer una importante declaración.

Ernst Kübler era un hombre fuerte, recio, con opiniones a juego. Años atrás había enviado a mi hermano mayor, Ernst, a un estricto internado universitario. En ese momento estaba a punto de revelar el futuro de sus hijas trillizas.

Yo me sentí impresionadísima cuando le dijo a Erika, la más frágil de las tres, que haría una carrera universitaria. Después le dijo a Eva, la menos motivada, que recibiría formación general en un colegio para señoritas. Finalmente fijó los ojos en mí y yo rogué para mis adentros que me concediera mi sueño de ser médica. Seguro que él lo sabía.

Pero no olvidaré jamás el momento siguiente. —Elisabeth, tú vas a trabajar en mi oficina —me dijo—. Necesito una secretaria eficiente e inteligente. Ese será el lugar perfecto para ti.

Me sentí terriblemente abatida. Al ser una de las tres trillizas idénticas, toda mi vida había luchado por tener mi propia identidad. Y en ese momento, de nuevo, se me negaban los pensamientos y sentimientos que me hacían única.

Me imaginé trabajando en su oficina, sentada todo el día ante un escritorio, escribiendo cifras. Mis jornadas serían tan uniformes como las líneas de un papel cuadriculado.

Eso no era para mí. Desde muy pequeña había sentido una inmensa curiosidad por la vida. Contemplaba el mundo maravillada y reverente. Soñaba con ser médica rural o, mejor aún, con ejercer la medicina entre los pobres de India, del mismo modo en que mi héroe Al-bert Schweitzer lo hacía en África. No sabía de dóndehabía sacado esas ideas, pero sí sabía que no estaba hecha para trabajar en la oficina de mi padre.

- ¡No, gracias! —repliqué.

En aquel tiempo una respuesta así de un hijo no era aceptable, sobre todo en mi casa. Mi padre se puso rojo de indignación, se le hincharon las venas de las sienes. Entonces explotó:

- Si no quieres trabajar en mi oficina, puedes pasarte el resto de tu vida de empleada doméstica —gritó, y se fue furioso a encerrarse en su estudio.

- Prefiero eso —contesté al instante.

Y lo decía en serio. Prefería trabajar de empleada del hogar y conservar mi independencia que permitir que alguien, aunque fuera mi padre, me condenara a una vida de contable o secretaria. Eso habría sido para mí como ir a la cárcel.

Todo eso me aceleró el corazón y la pluma cuando, a la mañana siguiente en la escuela, llegó el momento de escribir la redacción.

En la mía no apareció ni la más mínima alusión a un trabajo de oficina. Entusiasmada, escribí sobre seguir los pasos de Schweitzer en la selva e investigar las muchas y vanadas formas de la vida. "Deseo descubrir la finalidad de la existencia."

Desafiando a mi padre, afirmé también que aspiraba a ejercer la medicina. No me importaba que él leyera mi trabajo y volviera a enfurecerse. Nadie me podía robar los sueños. "Apuesto a que algún día podré hacerlo sola —me dije—. Siempre hemos de aspirar a la estrella más alta."

Las preguntas de mi infancia eran: ¿por qué nací trilliza sin una clara identidad propia? ¿Por qué era tan duro mi padre? ¿Por qué mi madre era tan cariñosa? Tenían que ser así. Eso formaba parte del plan. Creo que toda persona tiene un espíritu o ángel guardián. Ellos nos ayudan en la transición entre la vida y la muerte y también a elegir a nuestros padres antes de nacer.

Mis padres eran una típica pareja conservadora de clase media alta de Zúrich. Sus personalidades demostraban la verdad del viejo axioma de que los polos opuestos se atraen. Mi padre, director adjunto de la empresa de suministros de oficinas más importante de la ciudad, era un hombre fornido, serio, responsable y ahorrador. Sus ojos castaño oscuro sólo veían dos posibilidades en la vida: su idea y la idea equivocada.

Pero también tenía un enorme entusiasmo por la vida. Nos dirigía en los cantos alrededor del piano familiar y le encantaba explorar las maravillas del paisaje suizo. Miembro del prestigioso Club de Esquí de Zúrich, era el hombre más feliz del mundo cuando iba de excursión, escalaba o esquiaba en las montañas. Ese amor a la naturaleza se lo transmitió a sus hijos.

Mi madre era esbelta, bronceada y de aspecto sano, aunque no participaba en las actividades al aire libre con el mismo entusiasmo de mi padre. Menuda y atractiva, era un ama de casa práctica y orgullosa de sus habilidades. Era una excelente cocinera. Ella misma confeccionaba gran parte de su ropa, tejía mullidos suéters, tenía la casa ordenada y limpia, y cuidaba de un jardín que atraía a muchos admiradores. Era valiosísima para el negocio de mi padre. Después de que naciera mi hermano, se consagró a ser una buena madre.

Pero deseaba tener una preciosa hijita para completar el cuadro. Sin ninguna dificultad quedó embarazada por segunda vez.

Cuando el 8 de julio de 1926 le comenzaron los dolores del parto, oró a Dios pidiéndole una chiquitína regordeta a la cual pudiera vestir con ropa para muñecas. La doctora B., tocóloga de edad avanzada, la asistió durante los dolores y contracciones. Mi padre, que estaba en la oficina cuando le comunicaron el estado de mi madre, llegó al hospital en el momento en que culminaba la espera de nueve meses. La doctora se agachó y cogió a un bebé pequeñísimo, el recién nacido más diminuto que los presentes en la sala de partos habían visto venir al mundo con vida.

Esa fue mi llegada; pesé 900 gramos. La doctora se sorprendió ante mi tamaño, o mejor dicho ante mi falta de tamaño; parecía un ratoncito. Nadie supuso que sobreviviría. Pero en cuanto mi padre oyó mi primer vagido, se precipitó al pasillo a llamar a su madre, Frieda, para informarle de que tenía otro nieto. Cuando volvió a entrar en la habitación, le sacaron de su error.

- En realidad Frau Kübler ha dado a luz a una hija —le dijo la enfermera.

Le explicaron que muchas veces resulta difícil establecer el sexo de los bebés tan pequeñitos. Así pues, volvió a correr hacia el teléfono para decir a su madre que había nacido su primera nieta.

- La vamos a llamar Elisabeth —le anunció orgulloso.

Cuando volvió a entrar en la sala de partos para confortar a mi madre se encontró con otra sorpresa. Acababa de nacer una segunda hija, tan frágil como yo, de 900 gramos. Después de dar la otra buena noticia a mi abuela, mi padre vio que mi madre continuaba con muchos dolores. Ella juraba que aún no había terminado, que iba a dar a luz otro bebé. Para mi padre aquella afirmación era fruto del agotamiento y, un poco a regañadientes, la anciana y experimentada doctora le dio la razón.

Pero de pronto mi madre empezó a tener más contracciones. Comenzó a empujar y al cabo de unos momentos nació una tercera hija. Esta era grande, pesaba 2,900 kilos, triplicaba el peso de cada una de las otras dos, y tenía la cabecita llena de rizos. Mi agotada madre estaba emocionadísima. Por fin tenía a la niñita con la que había soñado esos nueve meses.

La anciana doctora B. se creía clarividente. Nosotras éramos las primeras trillizas cuyo nacimiento le había tocado asistir.

Nos miró detenidamente las caras y le hizo a mi madre los vaticinios para cada una. Le dijo que Eva, la última en nacer, siempre sería la que estaría "más cerca del corazón de su madre", mientras que Erika, la segunda, siempre "elegiría el camino del medio". Después la doctora B. hizo un gesto hacia mí, comentó que yo les había mostrado el camino a las otras dos y añadió: —Jamás tendrá que preocuparse por ésta.

Al día siguiente todos los diarios locales publicaban la emocionante noticia del nacimiento de las trillizas Kübler. Mientras no vio los titulares, mi abuela creyó que mi padre había querido gastarle una broma tonta. La celebración duró varios días. Sólo mi hermano no participó del entusiasmo: sus días de principito encantado habían acabado bruscamente. Se vio sumergido bajo un alud de pañales. Muy pronto estaría empujando un pesado coche por las colinas u observando a sus tres hermanitas sentadas en orinales idénticos. Estoy segurísima de que la falta de atención que sufrió explica su posterior distanciamiento de la familia.

Para mí era una pesadilla ser trilliza. No se lo desearía ni a mi peor enemigo. Éramos iguales, recibíamos los mismos regalos, las profesoras nos ponían las mismas notas; en los paseos por el parque los transeúntes preguntaban cuál era cuál, y a veces mi madre reconocía que ni siquiera ella lo sabía.

Era una carga psíquica pesada de llevar. No sólo nací siendo una pizca de 900 gramos con pocas probabilidades de sobrevivir, sino que además me pasé toda la infancia tratando de saber quién era yo.

Siempre me pareció que tenía que esforzarme diez veces más que todos los demás y hacer diez veces más para demostrar que era digna de... algo, que merecía vivir. Era una tortura diaria.

Sólo cuando llegué a la edad adulta comprendí que en realidad eso me benefició. Yo misma había elegido para mí esas circunstancias antes de venir al mundo. Puede que no hayan sido agradables, puede que no hayan sido las que deseaba, pero fueron las que me dieron el aguante, la determinación y la energía para todo el trabajo que me aguardaba.

UN ÁNGEL MORIBUNDO.

Después de cuatro años de criar trillizas en un estrecho apartamento de Zúrich en el que no había espacio ni intimidad, mis padres alquilaron una simpática casa de campo de tres plantas en Meilen, pueblo suizo tradicional a la orilla del lago y a media hora de Zúrich en tren. Estaba pintada de verde, lo cual nos impulsó a llamarla "la Casa Verde".

Nuestra nueva vivienda se erguía en una verde colina y desde ella se veía el pueblo. Tenía todo el sabor del tiempo pasado y un pequeño patio cubierto de hierba donde podíamos correr y jugar. Disponíamos de un huerto que nos proporcionaba hortalizas frescas cultivadas por nosotros mismos. Yo rebosaba de energía y al instante me enamoré de la vida al aire libre, como buena hija de mi padre. Me encantaba aspirar el aire fresco matutino y tener lugares para explorar. A veces me pasaba todo el día vagabundeando por los prados y bosques y persiguiendo pájaros y animales.

Tengo dos recuerdos muy tempranos de esta época, ambos muy importantes porque contribuyeron a formar a la persona que llegaría a ser.

El primero es mi descubrimiento de un libro ilustrado sobre la vida en una aldea africana, que despertó mi curiosidad por las diferentes culturas del mundo, una curiosidad que me acompañaría toda la vida. De inmediato me fascinaron los niños de piel morena de las fotos. Con el fin de entenderlos mejor me inventé un mundo de ficción en el que podía hacer exploraciones, e incluso un lenguaje secreto que sólo compartía con mis hermanas. No paré de importunar a mis padres pidiéndoles una muñeca con la cara negra, cosa imposible de encontrar en Suiza. Incluso renuncié a mi colección de muñecas mientras no tuviera algunas con la cara negra.

Un día me enteré de que en el zoológico de Zúrich se había inaugurado una exposición africana y decidí ir a verla con mis propios ojos. Cogí el tren, algo que había hecho en muchas ocasiones con mis padres, y no tuve ninguna dificultad para encontrar el zoo. Allí presencié la actuación de los tambores africanos, que tocaban unos ritmos de lo más hermosos y exóticos. Mientras tanto, toda la ciudad de Meiden se había echado a la calle buscando a la traviesa fugitiva Kübler. Nada sabía yo de la inquietud que había creado cuando esa noche entré en mi casa. Pero recibí el conveniente castigo.

Por esa época, recuerdo también haber asistido a una carrera de caballos con mi padre. Como era tan pequeña, me hizo ponerme delante de los adultos para que tuviera una mejor vista. Estuve toda la tarde sentada en la húmeda hierba de primavera. Pese a que sentía un poco de frío, continúe allí instalada para disfrutar de la cercanía de esos hermosos caballos.

Poco después cogí un resfriado. Lo siguiente que recuerdo es que una noche desperté totalmente desorientada, caminando por el sótano. Allí me encontró mi madre, que me llevó al cuarto de invitados, donde podría vigilarme. Estaba delirando de fiebre. El resfriado se convirtió rápidamente en pleuresía y después en neumonía. Yo sabía que mi madre estaba resentida con mi padre por haberse marchado a esquiar unos días, dejándola sola con su agotador trío de niñas y su hijo todavía pequeño.

A las cuatro de la mañana se me disparó aún más la fiebre y mi madre decidió actuar. Llamó a una vecina para que cuidara de mi hermano y hermanas y le pidió al señor H., uno de los pocos vecinos que tenía coche, que nos llevara al hospital. Me envolvió en mantas y me sostuvo en brazos en el asiento de atrás mientras el señor H. conducía a gran velocidad hasta el hospital para niños de Zúrich.

Ésa fue mi introducción a la medicina hospitalaria, que lamentablemente se me grabó en la memoria por su carácter desagradable. La sala de reconocimiento estaba fría, nadie me dijo una sola palabra, ni siquiera un saludo, un "hola, cómo estás", nada. Una doctora apartó las mantas de mi cuerpo tembloroso y procedió a desvestirme rápidamente. Le pidió a mi madre que saliera de la sala. Entonces me pesaron, me examinaron, me punzaron, me exploraron, me pidieron que tosiera; buscando la causa de mi problema me trataron como a un objeto, no como a una niña pequeña.

Lo siguiente que recuerdo es haber despertado en una habitación desconocida. En realidad, se parecía más a una jaula de cristal, o a una pecera. No había ventanas, el silencio era absoluto. La luz del techo permanecía encendida las veinticuatro horas del día. Durante las semanas siguientes una serie de personas en bata de laboratorio estuvo entrando y saliendo sin decir ni una palabra ni dirigirme una sonrisa amistosa.

Había otra cama en la pecera. La ocupaba una niña unos dos años mayor que yo. Se veía muy frágil y tenía la piel tan blanca que parecía translúcida. Me hacía pensar en un ángel sin alas, un pequeño ángel de porcelana. Nadie la iba a visitar jamás.

La niña alternaba momentos de consciencia e inconsciencia, así que nunca llegamos a hablar. Pero nos sentíamos muy a gusto juntas, relajadas y en confianza; nos mirábamos a los ojos durante períodos de tiempo inconmensurables. Era nuestra manera de comunicarnos; teníamos largas e interesantes conversaciones sin emitir el menor sonido. Constituía una simple transmisión de pensamientos. Lo único que teníamos que hacer era abrir los ojos y comenzar la comunicación. Dios mío, cuánto había que decir.

Un día, poco antes de que mi enfermedad diera un giro drástico, me desperté de un sopor poblado de sueños y al abrir los ojos vi que mi compañera de cuarto me estaba esperando con la vista fija en mí. Entonces tuvimos una conversación muy hermosa, conmovedora y osada. Mi amiguita de porcelana me dijo que esa noche, de madrugada, se marcharía. Yo me preocupé.

- No pasa nada —me dijo—. Hay ángeles esperándome.

Esa noche noté que se removía más de lo habitual. Cuando traté de atraer su atención, continuó mirando como sin verme, o tal vez mirando a través de mí.

- Es importante que sigas luchando —me explicó—. Vas a mejorar. Vas a volver a tu casa con tu familia.

Yo me alegré, pero repentinamente me sentí angustiada.

- ¿Y tú? —le pregunté.

Me dijo que su verdadera familia estaba "al otro lado", y me aseguró que no había de qué preocuparse. Nos sonreímos y volvimos a dormirnos. Yo no sentía ningún temor por el viaje que mi amiga iba a emprender. Ella tampoco. Me parecía algo tan natural como que el sol se ponga por la noche y sea reemplazado por la luna.

A la mañana siguiente vi que la cama de mi amiga estaba desocupada. Ninguno de los médicos ni enfermeras hizo el menor comentario sobre su partida, pero en mi interior yo sonreí, sabiendo que antes de marcharse había confiado en mí. Tal vez yo sabía más que ellos. Desde luego nunca he olvidado a mi amiguita que aparentemente murió sola pero que, estoy segura, estaba atendida por personas de otra dimensión. Sabía que se había marchado a un lugar mejor.

En cuanto a mí, no estaba tan segura. Odiaba a la doctora. La consideraba culpable por no dejar que mis padres se me acercaran y sólo pudieran mirarme desde el otro lado de los cristales de las ventanas. Me miraban desde fuera y lo que yo necesitaba desesperadamente era un abrazo. Deseaba escuchar sus voces; deseaba sentir la tibia piel de mis padres y oír reír a mis hermanas. Ellos apretaban las caras contra el cristal. Me enseñaban dibujos enviados por mis hermanas, me sonreían y me hacían gestos con las manos. En eso consistieron sus visitas mientras estuve en el hospital.

Mi único placer era quitarme la piel muerta de los labios cubiertos de ampollas. Era agradable, y además enfurecía a la doctora. Cada dos por tres me golpeaba la mano y me amenazaba con atarme los brazos si no dejaba de quitarme la piel de los labios. Desafiante y aburrida yo continué haciéndolo; no podía refrenarme; era la única diversión que tenía. Pero un día, después de que se marcharan mis padres, entró esa cruel doctora en la habitación, me vio la sangre en los labios y me ató los brazos para que no pudiera volver a tocarme la cara.

Entonces utilicé los dientes; los labios no paraban de sangrarme. La doctora me detestaba por ser una niña terca, rebelde y desobediente. Pero yo no era nada de eso; estaba enferma, me sentía sola y ansiaba el calor del contacto humano. Solía frotarme uno con otro los pies y piernas para sentir el consolador contacto de la piel humana. Ésa no era manera de tratar a una niña enferma, y sin duda había niños mucho más enfermos que yo que lo pasarían aún peor.

Una mañana se reunieron varios médicos alrededor de mi cama y conversaron en murmullos acerca de que necesitaba una transfusión de sangre. Al día siguiente muy temprano entró mi padre en mi desolada habitación y con aspecto ufano y heroico me anunció que iba a recibir un poco de su "buena sangre gitana". De pronto se me iluminó la habitación. Nos hicieron tendernos en dos camillas contiguas y nos insertaron sendos tubos en los brazos. El aparato de succión y bombeo de sangre se accionaba manualmente y parecía un molinillo de café. Mi padre y yo contemplábamos los tubos rojos. Cada vez que movían la palanca salía sangre del tubo de mi padre y entraba en el mío.

- Esto te va a sacar del pozo —me animó—. Pronto podrás venir a casa.

Lógicamente yo creí cada una de sus palabras. Cuando acabó la transfusión me deprimí al ver que mi padre se levantaba y se marchaba, y volvía a quedarme sola. Pero pasados unos días me bajó la fiebre y se me calmó la tos. Entonces, una mañana volvió a aparecer mi padre, me ordenó que bajara mi flaco cuerpo de la cama y fuera por el pasillo hasta un pequeño vestuario. —Allí te espera una pequeña sorpresa —me dijo. Aunque las piernas me temblaban, mi ánimo eufórico me permitió recorrer el pasillo, al final del cual me imaginaba que estarían esperándome mi madre y mis hermanas para darme una sorpresa. Pero al entrar me encontré en un cuarto vacío. Lo único que había era una pequeña maleta de piel. Mi padre asomó la cabeza y me dijo que abriera la maleta y me vistiera rápidamente. Me sentía débil, tenía miedo de caerme y dudaba de tener fuerzas para abrir la maleta. Pero no quería desobedecer a mi padre y tal vez perder la oportunidad de volver a casa con él.

Hice acopio de todas mis fuerzas para abrir la maleta, y allí encontré la mejor sorpresa de mi vida. Estaba mi ropa muy bien dobladita, obra de mi madre, por supuesto, y encima de todo, ¡una muñeca negra! Era el tipo de muñeca negra con que había soñado durante meses. La cogí y me eché a llorar. Jamás antes había tenido una muñeca que fuera sólo mía; nada. No había ni un juguete ni una prenda de ropa que no compartiera con mis hermanas. Pero esa muñeca negra era ciertamente mía, toda mía, claramente distinguible de las muñecas blancas de Eva y de Erika. Me sentí tan feliz que me entraron deseos de bailar, y lo habría hecho si mis piernas me lo hubieran permitido.

Una vez en casa, mi padre me subió en brazos a la habitación y me puso en la cama. Durante las semanas siguientes sólo me aventuraba a salir hasta la cómoda tumbona del balcón, donde me instalaba, con mi preciada muñeca negra en los brazos para calentarme al sol y contemplar admirada los árboles y las flores donde jugaban mis hermanas. Me sentía tan feliz de estar en casa que no me importaba no poder jugar con ellas.

Lamenté perderme el comienzo de las clases, pero un día soleado se presentó en casa mi profesora predilecta, Frau Burkli, con toda la clase. Se reunieron bajo mi balcón y me dieron una serenata entonando mis alegres canciones favoritas. Antes de marcharse, mi profesora me entregó un precioso oso negro lleno de las más deliciosas trufas de chocolate, que devoré a una velocidad récord.

A paso lento pero seguro volví a la normalidad. Como comprendería mucho más adelante, mucho después de haberme convertido en uno de esos médicos de hospital de bata blanca, mi recuperación se debió en gran parte a la mejor medicina del mundo, a los cuidados y el cariño que recibí en casa, y también a no pocos chocolates.

EL RATÓN. SEGUNDA INFANCIA DE ELI

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EL RATÓN. JUVENTUD DE ELI

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EL OSO. PRIMEROS AÑOS DE LA VIDA ADULTA DE ELI

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EL OSO. SEGUNDA PARTE DE LA VIDA ADULTA DE ELI

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